Sí, nobel pero con una l más….
Nací un trece de abril, signo de fuego! y recibí los nombres de mis abuelas españolas, de ojos claros y mirada dulce, añorando siempre la tierra que dejaron. Mi abuelo paterno aragonés tenía el cabello rojo y las pupilas azules bajo los párpados plegados… El materno, aquellos ojos renegridos como brazas que los moros sembraron en el sur andaluz…
Mi madre antes de morir, y yo este año, recuperamos la nacionalidad española… ¡Qué feliz hubiera estado mi padre! Es bien cierto que la “sangre tira”: en aquellas costas sentimos como algo propio la luz, los aromas y sonidos y nos estremecimos al oír un tango; aquí nos falta algo en la anchura de las pampas y en las siluetas de las sierras…
Cuando conocí la tierra de mis abuelos, algo se aquietó y expandió en mi corazón criollo. Como si hubiera encontrado la medida y la forma exactas… El horizonte creció, se sumaron cielos y brisas… y lo que parecía una pérdida con la partida del hijo que se fue a vivir a Málaga, hoy tiene la amplitud de dos patrias, dos saberes, dos sentires…
Di vuelta la esquina de los cincuenta hace once años… y en este punto el panorama cambia mucho. Como lo señala el papá de la inefable Mafalda: «comienzo a sentirme más joven que mi cuerpo». Más de media vida vivida es como una loma pequeña: subidos a ella, lo que vemos atrás nos gusta poco o mucho y el porvenir, menguado, está ahí nomás. Entonces el aire nos llena los pulmones y el alma. Estamos vivos y ése es el mayor de los milagros…
Haciendo honor a mi nombre Pilar (lo de Carmen, por Carmelo, me da un poquitín de vértigo) sostuve con esfuerzo una familia, la profesión docente y la condición de mujer argentina de una generación bisagra. Cuando concluí mi formación universitaria y asumí responsabilidades familiares y laborales, el mundo había dado un giro en los 60 y las reglas de juego ya no eran las mismas… La patria tampoco…
Un esposo amante y compañero, seis hijos preciosos, una hija política encantadora y amistades que perduran décadas a pesar de silencios y distancias, son mis mayores tesoros…
Escribir, pintar, estudiar… compartir momentos amables y de los otros… con el paso de las estaciones y los afectos nuevos… ¿qué más puede pedir un corazón que buscando respuestas, con cada respuesta hallada descubre nuevas preguntas?
Con Letras bucee en las obras escritas de hombres y mujeres porque el alma humana me ha fascinado siempre y la belleza me atrae como un mar sin orillas… En el último año, con la Pintura llegué al retrato o mejor, al punto de partida.
Sean paisajes, flores o rostros, intento recrear la obra del Creador que derramó abundancia de formas, colores y matices… Sí, creo en un Dios que todo lo puede, todo lo sabe, nos sostiene con la fuerza de la vida, puro amor.
¡Benditas sean la luz y la capacidad de conocer y amar!